Contadores de historias


Se cumplen veinte años desde que se definió la especie Homo antecessor

Noviembre 2017

Corría el verano de 1993 cuando el equipo de Atapuerca se disponía a excavar lo que en arqueología se conoce como sondeo estratigráfico, es decir, una pequeña porción de terreno excavada vívidamente para conocer el potencial arqueológico de un yacimiento. En la Gran Dolina este sondeo estratigráfico tenía 6 m2, el equivalente al hueco de un ascensor. En la campaña de 1993 se atravesaron los niveles superiores de la secuencia estratigráfica y no fue hasta la campaña siguiente, en 1994, cuando se alcanzó el nivel 6 (TD6). Lo que nadie podía imaginar es que aparecerían fósiles humanos asociados a fauna y herramientas líticas correspondientes a cronologías muy antiguas. La sorpresa fue mayúscula cuando en tan solo tres campañas, entre 1994 y 1996, se recuperaron alrededor de 80 fósiles humanos correspondientes al menos a seis individuos diferentes.

Aunque los hallazgos en los yacimientos son fundamentales, en sí mismos no aportan una información directa, sino que hace falta un minucioso trabajo de investigación. Lo que se cuenta en los museos, visitas guiadas y libros de texto son “historias” tales como: quiénes y cómo eran, cuándo vivieron, cuál era su forma de vida, de qué murieron, cómo llegaron al yacimiento donde han sido descubiertos, etcétera. Estas historias pueden contarse gracias a la investigación que sobreviene a los hallazgos, es decir, gracias al capital humano. Lo que los investigadores en ese momento tuvieron entre manos era un conjunto de fósiles humanos muy antiguos, y era necesario contextualizarlo en el panorama paleoantropológico para poder contestar a una de las cuestiones fundamentales: ¿quiénes eran?

En ese momento, los fósiles humanos más antiguos que se conocían en el continente europeo eran la mandíbula de Mauer, recuperada en 1907 cerca de Heidelberg (Alemania) y cuya cronología rondaba los 500-600 mil años, y la tibia de Boxgrove (Inglaterra), con una cronología similar a Mauer. El paradigma entonces era que el poblamiento de Europa se debió producir en torno a esas cronologías, es decir, rondando el medio millón de años. Los fósiles de la Gran Dolina eran con certeza más antiguos, ya que se encontraron un metro por debajo del límite paleomagnético conocido como Matuyama-Brunhes, datado con exactitud en 780 mil años. No existían entonces fósiles humanos en Europa de esa cronología con los que comparar. Así, los investigadores se pusieron manos a la obra y los compararon con aquellas especies humanas africanas y euroasiáticas más antiguas y más modernas que sí se conocían.

Estos fósiles conservaban rasgos primitivos en su dentición y en otras regiones anatómicas semejantes a lo que se aprecia en especies más antiguas como Homo ergaster y Homo erectus, pero en otras regiones (especialmente el rostro del Niño de la Gran Dolina, ATD6-69) se apreciaban unos rasgos muy modernos (o derivados) que solo se observaban en fósiles de Homo sapiens, y que eran diferentes de los neandertales y de los fósiles del Pleistoceno medio. Los rasgos anatómicos de los fósiles de la Gran Dolina eran diferentes a todos los fósiles que se conocían y, por tanto, se decidió crear una nueva especie para ellos: Homo antecessor (antecessor significa pionero en latín). La siguiente cuestión era ubicar esta nueva especie en el árbol evolutivo del linaje humano. La combinación de rasgos primitivos y derivados de los fósiles humanos de la Gran Dolina llevó a la conclusión de que se trataba del ancestro común entre los neandertales y Homo sapiens. Los resultados de esa investigación vieron la luz en un artículo publicado en mayo de 1997 en la popular revista Science, cuyos autores eran José María Bermúdez de Castro, Juan Luis Arsuaga, Eudald Carbonell, Antonio Rosas, Ignacio Martínez y Marina Mosquera.

Veinte años después de la publicación de ese artículo en el que se “bautizó” formalmente a estos fósiles, podemos decir que la vigencia de las conclusiones del mismo sigue, en lo esencial, intacta. Hoy, gracias al capital humano que excava e investiga estos yacimientos, estamos en posición de contestar a una gran parte de las preguntas planteadas en aquel entonces. Hoy sabemos que vivieron hace cerca de 900 mil años; sabemos que eran muy robustos, incluso comparados con los neandertales; sabemos que conocían bien los recursos de la sierra de Atapuerca ya que aprovechaban las materias primas de su entorno para tallar piedra y elaborar herramientas; sabemos que convivían y competían con grandes carnívoros como hienas y tigres diente de sable; sabemos que tenían conflictos entre grupos humanos y que practicaban canibalismo. Hasta la fecha se han recuperado más de 150 restos humanos correspondientes, al menos, a 11 individuos diferentes. Las excavaciones e investigaciones en la Gran Dolina siguen su curso y algún día la superficie de excavación alcanzará el nivel TD6 donde se espera que se recuperen muchos más fósiles humanos que permitan hacer a los investigadores lo que mejor se les da, extraer toda la información de los hallazgos con la que seguir escribiendo páginas de nuestro diario evolutivo como lo que son, contadores de historias.