Una historia ejemplar


Si hay un lugar histórico en la geografía europea ese es, sin duda, la sierra de Atapuerca. No hay ningún otro sitio en el continente que reúna tanta historia, desde la llegada de sus primeros pobladores, hace más de un millón de años, hasta nuestros días. Las ladera y faldas de la Sierra han visto pasar a todas las especies humanas que han habitado el solar europeo y también han asistido a la evolución del clima y de los ecosistemas a lo largo de todo ese tiempo. Pero lo que realmente la hace extraordinaria no es que haya sido testigo de tanta historia, sino que haya guardado testimonio de todo ello. La Sierra ha preservado celosamente todos sus recuerdos, enterrados en los rojos sedimentos que rellenan sus numerosas cuevas.

En la memoria de la Sierra ocupan un lugar especial tres momentos especialmente dramáticos. Hace más de 800.000 años, un grupo de humanos descuartizó y devoró a otros individuos. Mucho tiempo después, hace alrededor de 450.000 años, las personas comenzaron a ocuparse de sus muertos y los acumularon intencionadamente en una profunda sima. Y en los albores del reino de Castilla, dos reyes que eran medio hermanos se dieron batalla en los campos de Atapuerca. La Sierra también asistió a la llegada de los primeros ganaderos y agricultores a las tierras de la Meseta, quienes emplearon las cuevas y faldas de la Sierra para enterrar a sus difuntos durante el Neolítico y la Edad del Bronce. Y así, las tierras de Atapuerca se fueron llenando de los espíritus de nuestros mayores, en donde todavía habitan.

Además de los extraordinarios yacimientos y de los importantísimos fósiles, también han resultado capitales para que Atapuerca sea hoy mundialmente conocida los trabajos del Equipo de Investigación desde hace cerca de cuarenta años. La sociedad española conoce y reconoce sus esfuerzos, como lo prueba la concesión de numerosos premios y distinciones, entre los que destaca el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica de 1997. Pero hay otros protagonistas de la historia de los descubrimientos de Atapuerca que son mucho menos conocidos y sin cuyo concurso quizá esa historia no hubiera sido tan brillante. Son los hijos y las hijas de Atapuerca, los habitantes de los pueblos que rodean la sierra de Atapuerca, especialmente los de los municipios de Atapuerca e Ibeas de Juarros.

Los trabajos de excavación comenzaron tímidamente a finales de la década de los setenta del pasado siglo y cobraron fuerza creciente a lo largo de los ochenta y los noventa. Al principio, los investigadores no eran más que un puñado de jóvenes estudiantes liderados por Emiliano Aguirre, y su irrupción en la comarca durante los meses de verano causó extrañeza entre sus habitantes. En aquellos años, la ciencia de la prehistoria no estaba tan desarrollada en nuestro país, ni gozaba de la misma popularidad que en nuestros días. Y para explicar qué hacían en las cuevas de la Sierra aquel grupo que les resultaba tan extravagante, se propagaron teorías de todo tipo. La explicación que gozó de mayor aceptación fue la de que, sin duda, se trataba de buscadores de tesoros escondidos. Durante los primeros años, los investigadores, cada vez más numerosos, y los habitantes de Ibeas y de Atapuerca convivieron durante las campañas de excavación uno al margen del otro. Pero, poco a poco, comenzaron a trabarse relaciones de amistad entre las personas y la aparición de importantes fósiles humanos y su repercusión en los medios de comunicación hizo que todos entendieran la naturaleza e importancia del trabajo del Equipo de Investigación.

A mediados de los años ochenta, cuando la importancia de los descubrimientos se hizo patente, se desempolvaron antiguas disputas de lindes entre ambas villas y se produjeron episodios de rivalidad, incluyendo si los fósiles humanos debían llamarse el “Hombre de Atapuerca” o el “Hombre de Ibeas”. Incluso algunos medios sensacionalistas dedicaron más tiempo a la querella entre los pueblos que a los propios descubrimientos científicos. Aquel fue un momento realmente delicado, pues parecía que, una vez más en nuestra historia, la visión del éxito iba a sembrar la discordia y a hacer que la división triunfara entre nosotros. Y fue entonces cuando los ciudadanos de Ibeas y de Atapuerca dieron una lección de altura de miras y amor al bien común. Liderados por personas de gran influencia en ambos pueblos, decidieron aparcar las antiguas rencillas y unirse para colaborar en la empresa común de recuperar y poner en valor el valiosísimo patrimonio de la sierra de Atapuerca. Se fundaron entonces la Asociación de Amigos de Atapuerca y la Asociación Cultural de Amigos del Hombre de Ibeas / Atapuerca (ACAHIA) con el objetivo de colaborar con el Equipo de Investigación y promocionar el conocimiento del patrimonio común.

Y así, liderados por ambas asociaciones, se comenzaron a celebrar conferencias divulgativas y actos de hermandad entre el equipo y las poblaciones de ambos municipios. Ha sido mucho el cariño que nuestras amigas y amigos de Ibeas y Atapuerca han hecho llegar hasta los investigadores. Durante años, la Asociación de Amigos de Atapuerca ha organizado con gran éxito conferencias divulgativas a cargo de miembros del Equipo de Investigación y la parrillada popular que organiza ACAHIA cada mes de julio en honor de los investigadores se ha hecho tradicional y es un día especialmente entrañable para sus miembros. Hoy en día, una red de lazos de amistad, construida a lo largo de los años, traba al Equipo de Investigación con los habitantes de la región. Y, al echar la vista atrás, no es posible comprender la historia de los hallazgos de Atapuerca sin conocer esta historia de apoyo constante y cariño hacia los excavadores.

El nombre de Atapuerca atrae cada año a decenas de miles de visitantes que vienen a descubrir de primera mano sus yacimientos y a contemplar los fósiles que se exhiben en el Museo de la Evolución Humana en Burgos. En su viaje de un lugar a otro, los nuevos peregrinos de la evolución humana pasan de largo por los pueblos, ignorantes del importantísimo papel que sus habitantes han desempeñado, y siguen desempeñando, en el desarrollo de las excavaciones. Al no detenerse en Atapuerca, los visitantes de los yacimientos no pueden contemplar el espléndido edifico de las escuelas, ni conocer la ejemplar historia de Pablo García Virumbrales, el indiano que, en 1928, legó parte de su fortuna para “el fomento de la educación de los niños de ambos sexos del mismo pueblo de Atapuerca” (según sus propias palabras). Al pasar de largo por Ibeas de Juarros, tampoco pueden conocer el Viejo Roble, visitar la Cruz de Canto o el único molino de agua en funcionamiento que queda en el río Arlanzón. Pero, sobre todo, perderán la ocasión de conocer a sus gentes, los hijos e hijas de la Sierra, auténticos protagonistas de la historia de Atapuerca.