Atapuerca, más futuro que pasado


Lo que empezó con el descubrimiento de una mandíbula en la Sima de los Huesos hace más de 40 años ha terminado por convertirse en uno de los proyectos integrales de evolución humana más importantes del mundo. Las cosas suceden cuando se marcan objetivos y se llevan a cabo. Desde que en 1978 el profesor Emiliano Aguirre comenzara con un equipo reducido de estudiantes hasta 2018, momento en el que excavamos e investigamos con un enorme equipo interdisciplinar, ha llovido mucho y de forma intensa sobre la sierra de Atapuerca.

Hace falta soñar y tener ideas y, sobre todo, que alguien las materialice. El trabajo de equipo fue el nexo fundamental que nos unió a Juan Luis Arsuaga, José María Bermúdez de Castro, y al último firmante de este texto, dos biólogos y un arqueólogo. Esta unión sucedió como resultado de la conciencia de unos jóvenes que queríamos transformar nuestro mundo y el que nos rodeaba.

Nos movía la ilusión de proyectos y objetivos para realizar un buen trabajo de investigación, que colocara a nuestro país en la primera división de las ciencias de la vida, de las ciencias sociales y de la tierra. Hasta este momento, desgraciadamente, no era así. Algunos de nosotros habíamos marchado al extranjero para aprender y volver a nuestro país con la riqueza de conocimiento adquirido en otro lugar. Fueron tiempos muy difíciles, pero fundamentales para la forja de una mentalidad moderna, crítica, lógica y racional.

El criterio siempre fue el mismo, basado en lo que hemos considerado las columnas de Hércules de nuestro proceso: una investigación de la máxima calidad publicada en las mejores revistas científicas del mundo, la comunicación de la ciencia para socializarla, y convertir los conocimientos de la evolución humana en una llave para entender nuestra especie. Por supuesto, hemos empleado la universidad como estructura formativa para transmitir los conocimientos del Equipo de Investigación de Atapuerca y hemos conseguido crear una escuela sobre evolución humana, con estudiantes de primer nivel.

En la década de 1980, cuando aún se estaba consolidando la frágil democracia española, se realizaron descubrimientos importantes en la sierra de Atapuerca, que teníamos que dar a conocer de la manera más apropiada. El primer director del proyecto, el profesor Emiliano Aguirre, puso las bases de la comunicación, con ruedas de prensa al final de cada excavación. Los hallazgos realizados entonces invitaban a esas iniciativas.

Pero fueron los descubrimientos de la década de 1990 cuando se consolidó nuestro modelo. En 1991, los firmantes de este artículo llegamos a la dirección del proyecto y fijamos los ejes que articularían nuestra forma de proceder. Los grandes hallazgos se fueron desarrollando uno tras otro. Fue así como las instituciones terminaron por implicarse de manera definitiva en el proyecto. Primero lo había hecho el Ministerio de Ciencia, que confió en nuestras investigaciones. No nos faltó la subvención de la Junta de Castilla y León, que fue creciendo a medida que los descubrimientos cobraban una gran relevancia internacional. Fue así como el proyecto se convirtió en un programa de investigación y en lo que de manera coloquial denominamos una verdadera “factoría científica”. El número de yacimientos y de personas que participábamos en las excavaciones creció de manera casi exponencial. Y, claro, cuanto mayor era ese número mayor era la cantidad de hallazgos.

Así llegó el momento de cimentar el proyecto con su plena integración en la sociedad. Desarrollamos visitas guiadas a los yacimientos, primero con el apoyo de la Fundación Duques de Soria. Más tarde aparecieron empresas especializadas, como Paleorama y Sierra Activa. Nos dimos cuenta de la necesidad de generar estructuras que mantuvieran las ideas que poco a poco iban naciendo a la luz de los hallazgos y de las investigaciones. Esa estrategia terminó por convertirse en una prioridad. Por ejemplo, la necesidad de crear una fundación público-privada que nos permitiera dar visibilidad al proyecto ya era una prioridad. En 1999 nació la Fundación Atapuerca con el apoyo de Diario de Burgos y de la antigua Caja Municipal, a los que se fueron uniendo instituciones públicas y otras empresas. Fue así como pudimos crear una serie de ayudas económicas para mantener el equipo científico de jóvenes encargados de dirigir cada uno de los yacimientos bajo nuestra coordinación, en un panorama poco alentador para la ciencia española. Sin ese apoyo económico hubiera sido imposible que el proyecto siguiera adelante o, por lo menos, con los parámetros que habíamos planteado. La propia Fundación Atapuerca se ocupó en un cierto momento de las visitas guiadas, por profesionales excepcionales, formados en la cantera de las excavaciones. Así se iban abriendo los caminos a la diversidad de planteamientos que teníamos en cartera. Se inauguraron exposiciones en Madrid, Nueva York, Londres o París, se organizó la décimo séptima edición del Congreso Mundial de la UISPP, se rodaron documentales, se escribieron decenas de libros de divulgación y se organizaron cientos de conferencias públicas, reuniones científicas específicas, tanto en España como en otros países. En particular, hacemos especial mención a las conferencias organizadas por el Instituto Cervantes en diferentes sedes de todo el mundo.

Una vez consolidados la Fundación Atapuerca y el proyecto científico, fue el momento de la gran explosión de un programa científico, bajo el paraguas de nuevas instituciones, que tendríamos que promocionar e impulsar con nuestro esfuerzo. Se pensó en la necesidad de crear centros de investigación y un gran museo científico sobre la evolución humana. Las instituciones recogieron el guante y llegaron aún más lejos de lo que habíamos proyectado. Se confeccionó lo que hoy podemos denominar el “clúster de Atapuerca”, desde el kilómetro cero representado por los yacimientos. Se crearon cuatro instituciones para albergar las investigaciones tanto de Atapuerca como de otros lugares de España y del mundo, con sede en Burgos (I+D + I dela universidad de Burgos) y el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana, CENIEH), Madrid (Centro Especial del Instituto Carlos III) y Tarragona (Instituto de Paleoecología Humana y Evolución Social, IPHES). El apoyo de las Universidades de Burgos, la Complutense de Madrid, la Rovira i Virgili de Tarragona y la de Zaragoza fue esencial en este empeño, sin olvidar al presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, y al alcalde Burgos, Ángel Olivares, que pusieron todo su empeño en llevar a cabo los planes para modificar el antiguo solar de Caballería en un centro cultural sobre la evolución humana único en el mundo.

Con todo ello se formaron decenas de doctores y doctorandos en la plantilla en una política de pirámide inversa. Se formó con gran rapidez un equipo, donde los doctores tuvieran papeles relevantes y fueran tan numerosos como los estudiantes. El éxito de la pirámide inversa fue de tal envergadura, que tuvimos que desinvertirla rápidamente para poder dar cabida a centenares de científicos de todo el mundo que quieren participar en él.

Solo faltaba desarrollar la secuencia principal. El tratamiento de la sierra con los centros de visita en las localidades de Ibeas de Juarros y Atapuerca ?ahora denominados Centro de Arqueología Experimental (CAREX) y Centro de Recepción de visitantes de Ibeas de Juarros (CAYAC) ? completaba nuestra propuesta de plan integral y programa de investigación. Todo culminó con la creación del Sistema Atapuerca Cultura de la Evolución (SACE) por parte de la Junta de Castilla y León. Esta figura jurídica permitió una gestión integral de todo el sistema y del patrimonio. Una gran idea, un gran éxito de todos.

Estamos en 2018. Celebramos 40 años de proyectos y de sueños cumplidos que han ido labrando lo que es hoy en día es Atapuerca.