INDAGANDO EN LA MEMORIA DE LAS CUEVAS


Determinar la antigüedad de fósiles y artefactos arqueológicos es una tarea a menudo muy compleja, para la que no existe una única técnica o metodología. No obstante, contextualizar dichos restos es fundamental para entender la formación y evolución del contexto paleontológico.

En los años 80, científicos hoy bien conocidos como Christophe Falguères y Rainer Grun visitaron los yacimientos de Atapuerca con el propósito de responder a la pregunta ¿qué antigüedad tienen estos fósiles? En 1987, Rainer. Grun y Emiliano Aguirre publicaban el primer trabajo sobre la datación numérica (también conocida como datación absoluta) de materiales de las cuevas de Atapuerca, iniciando así un largo y hasta cierto punto interminable camino hacia la determinación de la antigüedad de restos arqueo-paleontológicos en yacimientos. Largo e inacabable porque la ciencia y tecnología evolucionan constantemente y dichos avances nos permiten desarrollar nuevas formas de obtener fechas absolutas de materiales geológicos, y de mejorar las que ya existen.

Cuando en 1994 se encontró el primer diente humano en el nivel TD-6 –que luego se bautizó como Estrato Aurora– el autor que firma este artículo estaba realizando una toma de muestras para un método relativamente novedoso para fines cronológicos en ambientes de cuevas. Se trata de determinar el magnetismo terrestre “fósil” en sedimentos, es decir, la impronta de la orientación del norte magnético en distintos niveles o estratos, como nos referimos en geología. Sabemos que dicho magnetismo (cuyo efecto observamos al manejar una brújula) ha permutado su orientación y utilizamos dichos cambios para asignar edades a los cuerpos geológicos. Si bien en 1987 un grupo de investigadores realizaron un estudio piloto en sedimentos de Gran Dolina, no fue hasta 1995 cuando se realizó un análisis más completo y minucioso, utilizando técnicas y conocimiento más desarrollados. Fue de esta forma, hace 23 años, cuando pudimos asignar por primera vez unas cifras aproximadas (una fecha mínima) para la antigüedad de Homo antecessor. En 1995 barajábamos una fecha mínima de 770.000 años para este nivel. Pero en ciencia todo evoluciona, y hay que estar abiertos a nuevos métodos y a mejoras.

Así, a inicios de los años 2000 en el Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana (CENIEH) implantamos una nueva disciplina en España, conocida como luminiscencia. Como sugiere dicho término, se basa en la capacidad de algunos granos minerales de emitir una señal (muy tenue) de luz como respuesta a un estímulo externo, también de luz o calor. La intensidad de dicha señal luminiscente es proporcional al tiempo que dicho grano ha estado enterrado. De esta forma, en 2015, algunos científicos del CENIEH –como Lee Arnold, Martina Demuro y otros– concluimos que la fecha de la capa que contiene los fósiles de H. antecessor tenía una fecha de 846.000 años.

Hace pocas semanas, se ha publicado un estudio liderado por Mathieu Duval, un antiguo miembro del CENIEH. La relevancia de ese trabajo es que no presentamos la cronología del sedimento que contiene el fósil, como solemos hacer en geocronología, sino del resto fósil en sí, es decir, de un fragmento de diente de H. antecessor.

Hemos avanzado muchísimo en cronología en estos 40 años; sin embargo, la continua mejora de fechas existentes y el establecimiento de nuevas técnicas son un reto continuo y un estímulo. Veremos en el futuro cómo podemos comprender cada vez mejor el pasado.

Josep M. Parés (coordinador de Geocronología y Geología, CENIEH)