El karst de la sierra de Atapuerca


La roca caliza es impermeable, aunque suele estar muy fisurada. Las aguas la disuelven con facilidad al mezclarse con el gas carbónico (CO2). La combinación de disolución y erosión de las calizas se conoce como karstificación. Este proceso genera un paisaje que se caracteriza por la rápida infiltración de las aguas en el subsuelo, donde circulan a través de cavidades.

La sierra de Atapuerca es uno de estos paisajes kársticos, una isla calcárea rodeada de cultivos de cereal, aunque hace apenas cinco millones de años la rodeaba un mar interior poco profundo. En su interior alberga un entramado de cavidades, con galerías de enormes dimensiones. Su estudio cuenta con un ilustre precedente en la obra Descripción con planos de la cueva llamada de Atapuerca, de los ingenieros de minas Pedro Sampayo y Mariano Zuaznávar, de la que ahora se cumplen 150 años. En 1981 el Grupo Espeleológico Edelweiss publicó su Estudio de las cavidades de la sierra de Atapuerca, obra que cataloga y describe el conjunto kárstico Atapuerca.

Pero uno de los mayores interrogantes que se planteaban todos los estudiosos de este enclave era cómo había sido posible la formación de tan colosales conductos subterráneos en un modesto afloramiento calcáreo desconectado de los macizos circundantes, sin evidencias de transporte fluvial y sin terrazas sedimentarias en sus dos niveles superiores, los de mayor sección. Además, algunos de sus mayores conductos se encontraban prácticamente colmatados hasta el techo con sedimentos fértiles en industrias líticas y fósiles, depositados durante más de un millón de años. Fue así como, progresivamente, fue orientándose mi tesis doctoral hacia el estudio de la evolución geomorfológica de este karst y de sus yacimientos pleistocenos.

En esto también Atapuerca ha resultado singular, al comprobarse que la mayoría de esos conductos kársticos no se han originado por la habitual infiltración de las aguas desde la superficie hasta el nivel freático. Por el contrario, los conductos deben su origen al ascenso de aguas que previamente estaban en un acuífero semiconfinado. Esto se evidencia en las grandes chimeneas, o conductos verticales, que facilitaron el ascenso de esas aguas gracias a fracturas y otros planos de debilidad de la roca, hasta que alcanzaron el nivel freático. Una vez logrado ese nivel de equilibrio, las aguas ya circulaban horizontalmente hasta aflorar por la zona surgente del valle de Valhondo, dando lugar al curso del río Pico. Este hecho se producía en paralelo al encajamiento del cauce del río Arlanzón, por lo que a lo largo de su evolución se generaron tres niveles de conductos, relacionados con el nivel freático del Arlanzón, que dejaron cuevas surgentes a diferente cota. A medida que las surgencias iban quedando libres de las aguas, comenzaba su colmatación y, a veces, su ocupación humana.

Tan sólo en la última fase evolutiva, el río Arlanzón logró sumirse directamente en el nivel inferior del karst, depositando en su interior una potente terraza sedimentaria de arenas y cantos rodados, y generando una importante reexcavación de los sedimentos y morfologías previas.

Hoy en día, el río Arlanzón todavía sigue reproduciendo el mismo fenómeno, aunque en una dimensión mucho más reducida debido a su menor caudal: se sume en Las Tragaderas, en Villasur de Herreros, y reaparece en las surgencias del Arlanzón. En la misma localidad también existen manantiales hidrotermales de aguas muy corrosivas que en el pasado aprovechó un desaparecido balneario. En Fuentecaliente y La Antanilla aún se puede comprobar la mayor temperatura de sus aguas.

Ana Isabel Ortega Martínez - EIA