Más que una excavación


A lo largo de las últimas cuatro décadas, la sierra de Atapuerca ha recibido cada verano la visita de un grupo de investigadores interesados en recuperar el importantísimo patrimonio arqueológico y paleontológico enterrado en los sedimentos que colmatan sus numerosas cuevas. La importancia de la campaña de este año rebasa el propio interés científico de los yacimientos, de los fósiles humanos y de las piedras talladas, y tiene mucho que ver con el compromiso del equipo con la sociedad burgalesa

El primer hallazgo de un fósil humano en la sierra de Atapuerca, una mandíbula humana, fue realizado en 1976 por Trinidad Torres y miembros del Grupo Espeleológico Edelweiss en el yacimiento de la Sima de los Huesos, datado en la actualidad en alrededor de 450.000 años. Este descubrimiento alertó a Emiliano Aguirre, el más prestigioso paleoantropólogo español de aquel tiempo, sobre el potencial interés de los rellenos de esas cuevas y se decidió a formar un equipo de jóvenes investigadores, entre los que se encontraban Eudald Carbonell, Juan Luis Arsuaga y José María Bermúdez de Castro, para iniciar un ambicioso proyecto de excavaciones. Además de la Sima de los Huesos, se sabía de la existencia de rellenos sedimentarios potencialmente muy interesantes en el paraje denominado la Trinchera del Ferrocarril. Allí, en los yacimientos denominados Gran Dolina y la Galería se habían reportado hallazgos ocasionales de fauna fósil y piedras talladas de gran antigüedad. Aguirre concibió la idea de intervenir arqueológicamente en los tres y así nació lo que se ha dado en llamar el Proyecto Atapuerca.

A comienzos de los años 80 del pasado siglo, el equipo de excavación no rebasaba la veintena de participantes y nadie podía soñar lo que el futuro deparaba a los yacimientos. Los trabajos de campo realizados a lo largo de esa década dieron como fruto el hallazgo de nuevos e importantes fósiles humanos en la Sima de los Huesos y confirmaron la importancia arqueológica y paleontológica de Gran Dolina y la Galería. Los descubrimientos realizados durante esos años comenzaban a asomarse a las páginas de los periódicos y a tener algún minuto en los noticiarios de radio y televisión. También en la comunidad científica internacional se iba prestando un interés creciente por los yacimientos de Atapuerca. En paralelo con este crecimiento en la importancia científica, el equipo también fue aumentando en número y a finales de la década ya estaba formado por unas 60 personas.

La década de los 90 comenzó con la jubilación de Aguirre y la asunción de la dirección de las excavaciones y del proyecto de investigación por parte de Arsuaga, Bermúdez de Castro y Carbonell en 1991. Los siguientes diez años asistieron a una serie de descubrimientos extraordinarios. En 1992, se hallaron en la Sima de los Huesos los primeros cráneos humanos muy completos, “Agamenón” y “Miguelón”, que se exhiben hoy en el Museo de la Evolución Humana de Burgos. En 1994, aparecieron los primeros fósiles de Homo antecessor, que, con una antigüedad de alrededor de 900.000 años, demostraban que la ocupación humana de Europa tuvo lugar en una época muy anterior a lo que se aceptaba por entonces. También en ese año se recuperó en la Sima de los Huesos la pelvis humana más completa de la historia de la evolución humana, a la que sus descubridores apodaron como “Elvis”. En 1998 se localizó en la Sima de los Huesos un extraordinario bifaz de cuarcita roja, apodado “Excalibur”, al que los investigadores del equipo relacionan con una práctica funeraria y que, en su opinión, representa el primer objeto votivo de la historia de la humanidad.

Estos hallazgos fueron ampliamente publicados en las más relevantes revistas científicas, lo que determinó que la comunidad internacional reconociera unánimemente la extraordinaria importancia de los yacimientos de Atapuerca y de sus registros arqueológicos y paleontológicos. Como resultado de todo ello, el equipo recibió el Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica en el año 1997. La Junta de Castilla León, consciente de su valor, los declaró Bien de Interés Cultural con categoría de Zona Arqueológica en 1991. Esta “década prodigiosa” se cerró con dos acontecimientos de gran relevancia para el futuro de los yacimientos. Por una parte, la Fundación Atapuerca vio la luz en 1999 y, por otro lado, la UNESCO declaró a los yacimientos como Bien Patrimonio de la Humanidad en el año 2000.

Durante los siguientes 20 años continuaron los descubrimientos y las investigaciones relevantes y el equipo fue creciendo, con la incorporación de decenas de jóvenes científicos, hasta convertir el Proyecto Atapuerca en el mayor y más importante de la Prehistoria mundial. A su vez, la Fundación Atapuerca también fue creciendo a medida que desarrollaba las funciones para las que fue creada: el apoyo al equipo de investigación y la difusión social del conocimiento generado por los estudos en ese lugar. En este contexto, la Junta de Castilla y León declaró este conjunto como Espacio Cultural en 2007.

Con todo ello, se garantizaba la protección de los yacimientos y el adecuado marco para el desarrollo de las excavaciones, de los estudios relacionados y también de la divulgación a la sociedad del conocimiento generado. Pero faltaba aún por articular un aspecto de gran importancia: un sistema integrado de gestión que permitiera la colaboración de todos los agentes involucrados y que constituyera, a la postre, una fuente de riqueza para Burgos y para Castilla y León mediante la atracción ordenada de un turismo cultural de calidad. Y este sistema de gestión vio la luz en 2009 bajo la denominación “Sistema Atapuerca, Cultura de la Evolución”, cuyo buque insignia es el Museo de la Evolución Humana, inaugurado por S.M. la Reina Sofía en julio de 2010. Desde entonces, el Sistema Atapuerca ha supuesto un auténtico motor de la economía burgalesa, con más de tres millones de visitantes desde su inauguración y un aumento de casi un 40% en las pernoctaciones en la ciudad. Se trata de un caso de éxito de gestión y sinergia entre el Equipo de Investigación, la Fundación Atapuerca, la sociedad civil burgalesa y las autoridades de la Junta de Castilla y León, que ha beneficiado, directa o indirectamente, a toda la ciudadanía.

Por ello, cuando en lo más duro del confinamiento causado por la pandemia de la COVID-19 se planteó la disyuntiva entre suspender o continuar con las excavaciones en este año aciago, la respuesta de todos fue unánime: adelante. Haberlas cancelado habría supuesto un duro golpe a las expectativas de atraer el turismo interior al Alfoz de Burgos, mientras que mantenerlas suponía un mensaje al resto del país de optimismo y seguridad. Por eso, a pesar de los evidentes riesgos e incomodidades, tanto en lo personal como en lo colectivo, que suponía organizar y llevar a cabo la excavación en las actuales circunstancias, nadie ha faltado a su compromiso con Burgos. Ni los 50 investigadores llegados desde los cuatro puntos cardinales del país que, apenas diez días después del fin del estado de alarma, han vuelto a dejar a sus familias para acudir a Atapuerca, ni las autoridades de la Junta de Castilla y León que han continuado financiando y dando soporte a las excavaciones, ni los miembros de la Fundación Atapuerca que han vuelto a trabajar codo con codo con los investigadores, ni tampoco el personal de la Residencia Juvenil Gil de Siloé que ha vuelto a poner lo mejor de sí mismos para contribuir al éxito de la campaña.

No, nadie ha faltado este año a su compromiso con Burgos, porque este año había mucho más que descubrimientos científicos en juego. Este año, todos estamos comprometidos con el futuro de esta tierra.